
Lo importante del cerebro no es la unidad, las neuronas, sino la comunicación entre ellas. No es el árbol sino el bosque”
(Castellanos 2021: 20).
Cuando se descubrió que el cerebro al estar ocioso, sin hacer nada, tenía mucha actividad basal (red por defecto), la comunidad científica se sorprendió mucho, porque hasta entonces pensaba lo contrario, que el cerebro entraba en un estado de apagón neuronal. Nada más lejos de la realidad, concluyó que la actividad del cerebro es inmensa, aun cuando alguien está en reposo, a pesar de que la conciencia de ello es reducida en la mayoría de casos.
La serotonina (hormona de la felicidad) de los científicos, en aquellos momentos, supongo que se propagó por sus cerebros ante semejante descubrimiento. Y ¡ojo! Entiendo que el campo electromagnético del intestino de estos científicos funcionó correctamente, ya que de la microbiota del intestino depende el campo electromagnético del cerebro y la producción de este neurotransmisor (hasta un 90% de la serotonina se produce en el intestino). ¿Te impacta cómo las partes de nuestro organismo están interconectadas? Estudios recientes han revelado cómo el ritmo cardíaco se sincroniza con la capacidad de procesamiento del cerebro, o cómo los ciclos de la respiración (experimentados en las prácticas yóguicas) interaccionan con los impulsos eléctricos que comunican unas neuronas con otras (ondas cerebrales).
Es por eso que se empieza a hablar, cada vez más, del ser humano como un holobionte; una unidad entre la microbiota y las células humanas que interaccionan como un único organismo evolutivo. ¡Impresionante!
Francisco Mora (doctor en Medicina y Neurociencia) al referirse al aprendizaje reconoce que el cerebro es capaz de aprender si hay emoción. Por lo que nos hacemos idea de la importancia del conocimiento de la neuroeducación para propiciar aprendizajes más significativos.
Un marco ideal para que el conocimiento del funcionamiento del cerebro nos garantice mejores aprendizajes y, en definitiva, bienestar. El desarrollo de las neurociencias y su aplicación para potenciar el aprendizaje es una realidad, y ahí tenemos ejemplos como el de Ramón García Guinarte (experto en neurociencia), que ha creado un sistema para escribir sin cometer faltas de ortografía, amparado en el conocimiento de cómo el cerebro procesa la información. Se llama SIO (Sistema de Inteligencia Ortográfica). ¡Neurociencia aplicada al alto rendimiento!
Sí, pero, ¿y nuestras emociones?, ¿qué papel desempeña el cerebro en ellas?
Las emociones (mecanismo de regulación que nos garantiza la supervivencia) están presentes en nuestras decisiones cotidianas, las experimentamos con mayor o menor intensidad a cada tarea que realizamos (sentimos agrado, desagrado o indiferencia), pero no siempre somos conscientes de ellas y por ello, a veces, nos arrastran. ¿Te has sentido alguna vez víctima de tus propios arrebatos emocionales? ¿Te resulta familiar esa situación en la que te has sorprendido en un ataque de ira sin saber cómo has llegado a reaccionar así? El engrosamiento de la amígdala del cerebro, en parte, es responsable de ese comportamiento y falta de control de las emociones.

¿Sabes que antes de que la corteza frontal (el razonamiento) sea consciente y pueda tomar una decisión, la amígdala hace un juicio sobre el estímulo y “secuestra” las emociones predisponiendo a tu cuerpo a la reacción? Por eso, cuando somos conscientes de la emoción, nuestro cuerpo ya ha reaccionado con anticipación a ella. Nuestro cuerpo es nuestro faro, el que nos da señales evidentes de cómo ha impactado en nosotros una experiencia, incluso sin ser consciente de ella.
Lo más significativo de este “secuestro” es que en este periodo en el que las emociones están secuestradas (periodo reflactario) por la amígdala, “solo vemos, somos y evocamos recuerdos que confirmen y justifiquen la emoción que nos secuestra” (Castellanos 2021: 84). Estamos poseídos por la emoción y solo buscamos argumentos que la justifiquen.
Entonces, ¿somos rehenes de nuestras emociones?, ¿no podemos hacer nada para evitar perder el control sobre ellas? La respuesta es clara: sí podemos. Por ejemplo, entrenar la atención plena con meditación o prácticas de mindfulness, para reforzar el área prefrontal del cerebro y rebajar protagonismo a la amígdala y su reactividad. También podemos practicar atención al intervalo entre el estímulo y la respuesta, para decidir cómo actuar, en vez de dar una respuesta reactiva. Lo que siempre nos han aconsejado para ser más reflexivos y menos impulsivos: respira y cuenta hasta cinco (o hasta diez) antes de reaccionar para decidir mejor.
El cerebro es una parte de la unidad que somos; también somos lo que comemos, nuestros hábitos, nuestra respiración, lo que pensamos, nuestros movimientos y, por supuesto, lo que sentimos. Esto debería estar presente en la educación de las escuelas desde el inicio para ser conscientes de que somos un cerebro que siente, y un corazón que piensa, entre otras cosas.
BIBLIOGRAFÍA
CASTELLANOS, Nazareth (2021): “El espejo del cerebro”. Madrid, La Huerta Grande.
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