¿Por qué? o ¿para qué?:
ahí puede estar la respuesta
Por Isabel Navarro Fernández de Caleya
Tiempo de lectura: 5 minutos
¿Por qué la Tierra es redonda? ¿Por qué no flotamos en el aire y, en el espacio, los astronautas sí? ¿Quiénes fueron los dinosaurios y por qué no conviven con nosotros en la Tierra? ¿Puede un robot tener sentimientos? ¿Pueden las máquinas sustituirnos?
Cuántas preguntas nos hacemos de pequeños, llevados por esa curiosidad de entender el mundo que nos rodea y cómo somos nosotros en él. Es la curiosidad innata del ser humano, que a partir de los tres años se une al pensamiento abstracto y al lenguaje, logrando así formular frases y buscar respuestas, porque queremos entenderlo todo.
Esto ocurre de manera uniforme entre géneros: las niñas y los niños se plantean estas grandes cuestiones por igual. Sin embargo, la gran pregunta que nos hacemos actualmente es ¿qué está ocurriendo a lo largo de su desarrollo, para que, llegados los dieciséis años, haya una diferencia tan grande entre niñas y niños? Cuando digo diferencia, me refiero al interés por la ciencia y la tecnología, que disminuye de manera significativa en las niñas, a la hora de elegir la profesión o los estudios; una decisión que tiene que ver con su proyección en el futuro, con la forma en que se visualizan profesionalmente. Las cifras en España de las jóvenes matriculadas en universidad son muy desalentadoras: solo el 28% cursa estudios STEM (por las siglas en inglés de «Ciencias», «Tecnología», «Ingeniería» y «Matemáticas»). Y este número es significativamente menor, si descontamos aquellos estudios relacionados con Ciencias de la Vida y de la Salud: las áreas de Biología, Medicina, Farmacia, Bioquímica…

Algo está ocurriendo en el camino, durante la infancia y adolescencia de nuestras jóvenes. Si queremos abordar el problema de las bajas tasas de mujeres en estudios y profesiones STEM, creo interesante que intentemos entenderlo e identificar sus causas. En educación, solemos hablar y trabajar con el medio y el largo plazo, por lo que sugiero que seamos ágiles y eficaces. Yo puedo compartir mi experiencia como mujer que estudió Ingeniería Industrial.
A mí, desde pequeña, nunca se me habló, ni en casa ni en la escuela, de diferencias entre niñas y niños o de brechas/vacíos de ningún tipo. Me crie en una familia de fuertes principios y valores éticos, pero a la vez profundamente defensora de la libertad de pensamiento, del respeto y de la tolerancia ante las distintas posturas de los demás. En casa, el saber, el conocer y el conectar conocimientos eran de lo más importante: plantearte preguntas, leer mucho y luego comentarlo y compartir nuestras opiniones. Mi padre era matemático; mi madre, física; los números eran algo que me encantaba, y a mis dos hermanas también. Pero, aparte de los números, había mucho más: de pequeña me fascinaban los dinosaurios; a los siete años, mi libro preferido era una enciclopedia de dinosaurios. También recuerdo leer sobre personas valientes y transgresoras, personas que aportaron a la humanidad (Marie Curie, Charles Darwin, Stephen Hawking, Humboldt…), y también de ficción, lo que me llevó a otros mundos, como el de Narnia, la Historia sin fin, la Tierra del Nunca Jamás y tantas otras. En casa estuvimos rodeados igualmente de literatura y poesía: Machado, Juan Ramón Jiménez, Neruda, García Márquez, Charles Dickens, Octavio Paz, Bertrand Russell; así como de arte. Raro era el domingo en el que no íbamos a una exposición de arte.
En casa éramos tres hermanas y nuestros padres siempre creyeron en nosotras; nos retaban continuamente desde el amor y el cariño y nos felicitaban ante los logros, sobre todo, cuando iban acompañados por el esfuerzo. Ciencias y Humanidades se fusionaban, así como el liderazgo femenino y masculino; no eran temas de discusión, directamente, no eran un tema. Ambos, padre y madre, trabajaban en el ámbito de la educación y me atrevo a decir que nos educaron desde los principios compartidos por el modelo de la Institución Libre de Enseñanza, el de formarnos como seres «creativos, reflexivos y originales», donde los campos del conocimiento científico y humanístico no se encontraban divididos en departamentos estancos.
Según el gran sociobiólogo de nuestros tiempos, Edward O. Wilson, en la ciencia, los fenómenos se estudian en tres niveles de pensamiento, que se distinguen por la pregunta que nos hacemos en cada uno de ellos:
1.º ¿QUÉ? Se basa en conocer qué ocurre, lograr describir y definir el fenómeno o el hecho.
2.º ¿CÓMO? Se estudian cuáles han sido los elementos que le han llevado a que ocurra, y cómo funciona, cómo afecta…
3.º ¿POR QUÉ? Se quiere entender por qué ocurre el determinado fenómeno y sus precondiciones existentes.
En humanidades, los fenómenos se estudian desde las primeras dos preguntas: el qué y el cómo, e incluso, en muchas ocasiones, se concentra solo en la primera, la de describir el hecho. En todo caso, lo hacen siempre desde la perspectiva de su relación con el ser humano, con la sociedad. La lengua, la historia, se preocupan por describir el fenómeno o hecho estudiado. Así, desde las artes y la literatura, se vuelcan las emociones y la infinita imaginación del ser humano para expresar lo que esos fenómenos producen en nosotros y crear nuevos elementos previamente inexistentes en la Tierra: una sinfonía, una novela, una escultura…
Las humanidades y las ciencias difieren, lógicamente; esto no lo quiero negar ni discutir. Al contrario, veamos dónde se encuentran esas diferencias para tratar de extraer alguna conclusión que nos permita entender mejor el problema de identificar qué nos lleva a la preponderancia de hombres en carreras STEM, frente a la de mujeres en carreras humanísticas y de Ciencias de la Vida y de la Salud.
En diez años trabajando con docentes en todo tipo de centros educativos y etapas, desde 5.º de Primaria hasta FP, siendo madre de una adolescente y de dos niños, habiendo estudiado Ingeniería Industrial y dedicado más de diez años al fomento de la I+D+i, quisiera compartir mis primeras ideas sobre esto:
- Creo importante ofrecer en la infancia, desde muy temprana edad, continuas oportunidades para la indagación: qué ocurre, por qué y cómo funcionan las cosas. También abrir nuevos campos a las niñas y los niños: colocarles ante la variedad y diversidad, versus el juego y exposición a un solo tipo de juguetes o juegos. Muñecas sí, claro, pero no únicamente para niñas; Lego sí, por supuesto, pero no solo para niños.
- Ofrezcámosles problemas y retos reales que involucren tecnologías y/o fundamentos científicos. Que puedan trabajar primero en su identificación, para luego plantearles herramientas y dejarles tiempo para resolverlos aplicando el método científico.
- Démosles la oportunidad de que presenten el trabajo hecho y «socialicen»: programemos actividades en que los jóvenes presenten y compartan su experiencia con los demás. Somos seres sociales, necesitamos interactuar con los demás para ser felices. Démosles ese espacio en el que presenten en público y expliquen el trabajo realizado, e intercambien impresiones con sus pares.
- Fomentemos una conexión interdisciplinar: es la idea subyacente al término «STEAM», donde se le ha añadido la «A», de «Arte», a «STEM». Abordemos el saber y la expresión creativa desde la apertura, sin colocarle etiquetas; retomemos esa idea de una educación donde se les da libertad al alumno y al educador (padres o docentes), para aprender de manera «creativa, abierta y poco asignaturesca», que perseguían Giner y Cossío hace más de un siglo.
Y por último: humanicemos la ciencia y la tecnología, relacionémoslas con el ser humano y con la sociedad. Esto puede hacerse de muchas maneras, como es poner en valor a figuras de carne y hueso, con virtudes y defectos, que han marcado la historia —y la actualidad— por sus logros, tras mucho esfuerzo, en traspasar las fronteras del conocimiento existente. Otra es el abordar los aspectos éticos de la ciencia y la tecnología. Sin embargo, si me permiten, creo que una de las vías más poderosas para humanizar las STEM en la infancia y la adolescencia es trabajar una pregunta que no se plantea Wilson: el ¿PARA QUÉ? de los fenómenos naturales y científicos. Es en esta pregunta en la que todo elemento tecnológico a desarrollar, o toda indagación científica a realizar, cobra sentido. La evidencia empírica en estos diez años en Fundación Créate, trabajando el aprendizaje por proyectos a partir de un reto o problema real con alumnos y alumnas, me llevan a pensar que debemos concentrar los esfuerzos en enfocarnos a diseñar el proceso de enseñanza-aprendizaje con esta pregunta en mente. Mientras el problema a resolver tenga una aplicación que mejore a los seres vivos o el planeta, mientras cubramos una necesidad o haya una finalidad clara, lograremos conectar con las pasiones de nuestros jóvenes por igual, sin diferencias de género o de área de conocimiento.
Fuentes:
- Otero Urtaza, Eugenio M. Manuel Bartolomé Cossío, trayectoria vital de un educador. Consejo Superior de Investigaciones Científicas y Amigos de la Residencia de Estudiantes. Madrid. 1994.
- Wilson, Edward O. Los orígenes de la creatividad humana. Editorial Planeta. Barcelona. 2018.
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