
Por Rosa Mejías
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El tiempo y su forma de organizarlo convencionalmente a través del calendario nos marca los ritmos de nuestra vida. Pero hay otra dimensión del tiempo más subjetiva que propicia nuestras emociones y experiencias vitales que, unida a las fechas establecidas socialmente, nos define y mueve a la acción. ¿Quién no ha construido o comprado un regalo para celebrar una fecha especial?, o ¿cómo no destacar las emociones que nos evoca una fecha en la que conmemoramos algo muy importante para nosotros?
Esto sucede porque, como ya sabemos, nuestro cerebro anticipa. Y como es experto en generar expectativas, la emoción nos invade ¡incluso antes de la conmemoración de la fecha! La emoción, en definitiva, es la que nos impulsa a la acción.
El comienzo de año, en muchas ocasiones, suele ser la fecha elegida para iniciar una acción que nos lleve al logro de un propósito, tal vez porque establecemos conexiones; inicia el año, iniciamos “algo”; se acaba el año, hacemos balance. Es el tiempo objetivo que percibimos como oportuno para hacer cambios o lograr propósitos. Sin embargo, a veces sucede que el impulso inicial se esfuma de igual forma que los primeros días del año. Y además solemos justificarlo con excusas fuera de nosotros mismos, cuando la realidad es que nos ha faltado la perseverancia que nos conduzca al hábito y, en consecuencia, al logro. Pero, ¿sabemos cómo construimos nuestras experiencias, o cómo se genera un hábito?
Siempre hay un estímulo que desencadena todo, ¡el detonante! Al que le sigue una emoción, que se transforma en algo más persistente como el sentimiento, que después termina en un pensamiento, que propicia las conductas que se convertirán en hábitos. Imaginemos un estímulo cualquiera, por ejemplo, el olor de unos dulces expuestos en el escaparate de la repostería por la que pasamos todos los días. Ese olor libera dopamina en nuestro organismo, porque es algo placentero (suponiendo que los dulces nos gusten). Imaginemos que compramos el dulce, lo comemos y nos sentimos muy alegres. Esa es nuestra emoción, que termina por hacernos sentir muy satisfechos después de comer el dulce. Al pasar al día siguiente, u otro día, por la repostería anticipamos la emoción, pensamos en ella y terminamos por actuar de la misma forma: entramos a comprar el dulce y lo comemos. Esta conducta repetida es la que se transforma en hábito, porque el placer después de comer el dulce se convierte en un reforzador. ¡Acabamos de adquirir el hábito de comer un dulce al pasar por la repostería! Lo interesante, al trasladar este símil a hábitos probablemente más saludables (y más trascendentales), es observar, según Diex (2022), cómo los hábitos son como un circuito de recompensa transformado en conductas automáticas.
Hábitos, educación y emprendimiento
¿Algo similar les sucede a las personas que tienen iniciativa y transforman sus actos en hábitos para acercarse a los propósitos? ¿Será así como trazan los hábitos las personas emprendedoras? Los circuitos de recompensa que nos “animan” a repetir una conducta funcionan de la misma forma, y esa conducta siempre está relacionada con la regulación del organismo para mantenerse en equilibrio. Por tanto, en el ámbito de la educación podemos aprovechar esa fuerza del estímulo para generar hábitos como la persistencia ante los obstáculos o la creatividad para acometer cualquier proyecto en la vida.
Ahora imagina otro estímulo (un proyecto, un propósito que cumplir), algo que te encantaría emprender. Anticipa el resultado, lo que te gustaría lograr con eso que quieres emprender, y observa la emoción que te produce. Probablemente sientas un impulso que te lleve a la acción, y su resultado sea el refuerzo que retroalimente tus futuras acciones, para llegar al logro de lo que has proyectado. Si estas acciones se repiten y logras mantenerlas en el tiempo, adquirirás un nuevo circuito neuronal (hábito) que te llevará a actuar así otras veces para alcanzar el logro de tus propósitos.
Otra opción para llegar a los objetivos es mantener la atención y la conciencia despierta, para sostener la conducta que te acerca al logro, aún sin el estímulo inicial. Cuestión más difícil de conseguir, si no fuera por la voluntad que empieza a actuar de forma independiente al estímulo. Pero este es otro tema que desarrollaremos en otro post; ¡la voluntad o el control del comportamiento a través de la flexibilidad cerebral que “rompe” el circuito del refuerzo automático!
De cualquier forma, considero un buen propósito ser dueños de nuestras decisiones de forma consciente, tener iniciativa y perseverancia y, por otro lado, generar automatismos (hábitos) en aquello que consideremos saludable, regulador y que nos acerque a los logros.
Los hábitos se pueden trabajar desde la educación para construir actitudes positivas ante el aprendizaje, en cualquiera de los dos procedimientos.
Referencias
Diex, Gustavo (2022). La ciencia de los hábitos [Discurso principal]. Evento para Women in Banking: Bienestar, Salud Mental y Estilo de Vida, Madrid.
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